La noche de esta civilización eurocéntrica es gélida, sus ciudades son una agresión a la vista y a la madre tierra, su gente, mayoritariamente no es feliz, da la impresión que fueron entrenados para la infelicidad por qué ello, vende más. Sus niños son obligados a aprender conocimientos casi siempre innecesarios, para luego trabajar en algo que nos les gusta y con el dinero obtenido de esa venta de su vida, comprar lo que no necesitan.
Sin embargo, no todo está perdido. Por todas partes se perciben, grietas en el asfalto civilizatorio, gente que se rebela y rompe el programa del zombie consumista, entrenado solo para producir y comprar y comienza a dudar, la duda atrae a la pregunta y las preguntas inauguran la búsqueda, el sueño ha sido interrumpido, los cuerpos sin vida, comienzan a darse cuenta que la vida es otra cosa que el consumo no es el motivo de estar en esta visita al planeta tierra y que nuestro cerebro, tan poderoso como desconocido, no puede ser reducido a una vida rutinaria, donde se puede vivir sin darse cuenta.
Reconstruir los hechos de una cosmovisión donde la vida no importa, sería interminable; delinear otras posibilidades de vida, es más interesante, sobre la base del despliegue de nuestro potencial interior. Hace mucho tiempo atrás, nuestros antepasados indígenas, fueron marginados, discriminados, alienados y esclavizados, destruida su matriz cultural, muerta su alma, condenado su cuerpo a vivir desahuciado, adaptados a una vida sin identidad ni naturaleza, los abuelos se marcharon, empero, dejaron sus huellas, para que en silencio nos cuenten, como era la vida, cuando la vida era lo más importante. Esa es la cosmovisión indígena de la que queremos hablar ahora.
Un día, el cielo se oscureció para nosotros, otro día, estos días, presentimos un nuevo amanecer. Entonces salimos del silencio y empuñamos nuestra identidad, somos indios en pie de paz, queremos continuar habitando en la madre tierra. Entonces nos acercamos al hombre blanco para decirle: urgente, aprender a vivir, aprender a caminar con reverencia y dejar que el amor se haga cargo de su vida.
Quizá este sea el tiempo para romper el vidrio del prejuicio, que hace que nos vean diferentes a lo que somos; tal vez este sea el momento para aminorar las distancias, para abrir los ojos del corazón y descubrir la posibilidad de otros estilos de vida, válidos y muy interesantes.
El cielo del futuro se oscurece cuando reducimos la esperanza a una sola manera de pensar y vivir. Para nosotros, la vida, es una cita con lo sagrado, un artesano multidimensional donde todo es uno y todo está vivo. Lo sentimos, lo presentimos; sabemos también que no solo existe lo que ven nuestros ojos y que mirando exclusivamente afuera, corremos el riesgo de perder de vista el potencial interior que todos tenemos y el acceso a una tecnología interior tan poderosa como olvidada.
La certeza de que todo es uno y todo está vivo, no proviene de análisis conceptuales ni esfuerzos racionales, la razón es instrumento válido y poderoso pero no exclusivo. Es muy estrecho el haz de luz que proyecto la mirada exclusivamente racional por que en verdad, la realidad no se reduce a blanco o negro ni la vida a un pasillo rumbo a la muerte. Nosotros sospechamos que la muerte no existe, que la energía de los ajayus, de los cuerpos sutiles que en el fondo somos, son la sucursal del universo que también somos. Entonces, no hace falta apiñarnos solo en esta dimensión ni hundir nuestros ojos en lo que parece ser la realidad normal. Es que si todos son ciegos, no puede ser la ceguera lo normal ni condenarse al tuerto.
A nosotros nos aguarda una realidad constituida por magia, esa fue la ciencia de los abuelos; nosotros sabemos que las piedras también están vivas, solo que habitan otro tiempo. Sabemos que nos arboles cantan, que hablan a los que reconstruyeron su sensibilidad y se liberaron de la dictadura de una razón, con pretensión de exclusividad. Sabemos también que los animales son parte de nuestra historia evolucionaria, que pueden incluso protegernos, que solo precisamos purificar nuestra energía para comprender que somos de una tribu donde todo está vivo, todo conectado, todo en evolución.
Desde nuestra cosmovisión, constituida de inocencia y de reverencia, convocamos a los otros hijos de la madre tierra, a celebrar la unidad en la diversidad, entonces habrá comenzado el amanecer de la esperanza.