Cuesta ver la relación entre el modelo de crianza basado en el adiestramiento y la sumisión que permite propinar una nalgada, ordenar, gritar, «para educar» y el abuso sexual infantil. Cuesta imaginar, por ejemplo, la vinculación entre forzar a un niño a dormir en solitario llorando hasta que aprenda que nadie vendrá a consolarlo con la indefensión aprendida de una criatura que se resigna a no acudir a sus padres ante el asecho de un abusador sexual… O imponer cuándo y cómo deben adquirir una función que supone la primera experiencia de control sobre su propio cuerpo donde los genitales están implicados, como lo es el control de esfínteres o retirada del pañal, y la vulneración de la construcción de su integridad y su sabiduría corporal convirtiéndole así en presa fácil de imposiciones indignas sobre su propio cuerpo…
Desde ignorar a un niño que llora pidiendo consuelo, castigarlo en el rincón de pensar o pegarle para «condicionarlo», hasta el abuso físico grave, el tráfico de niños o el abuso sexual infantil, todo circula en la misma línea. Una cosa conduce a la otra, porque todas estas prácticas se organizan sobre las mismas doctrinas basadas en el binomio dominio-sumisión del fuerte sobre el débil. Siempre los niños como el eslabón más débil de la cadena, se convierten en los principales depositarios de infinitas dosis de violencia sutiles y concretas.
Esto no va a acabar hasta que se establezca un cambio de paradigma desde donde resignifiquemos al niño como el ser que merece respeto pleno a su integridad como persona.